EL SILENCIOSO PAPEL
Cuando era chico solía sentarme a escribir. Llegaba a casa luego de ir quien sabe a donde, comía algo, tenía un rato familiar y me ponía en un rincón. Abría mi cuaderno y me ponía a escribir. A veces tardaba media hora para decidir con qué palabra comenzar. Era muy callado, soy muy callado. Escribir era mi forma de gritar. Las primeras veces escribía para mi, pero luego quise que el mundo me escuchara a través del papel. Quería que el mundo me comprendiera, o que por lo menos intentara hacerlo. Escribía, publicaba y me iba a acostar. Lloraba por las noches, cantando canciones e imaginando situaciones impactantes, maravillosas. Pero antes de cerrar mis ojos lagrimeaba porque eso nunca iba a pasar.
Las mañanas me generaban aún una más extraña sensación. Mi voz parecía no llegar a través de las letras. Quizás no gritaba muy fuerte, o por ahí no se entendía. Pero la falta de respuesta se convertía en una barrera, incluso para mi voz real.
Leí una frase que decía que “nunca debes escribir para buscar a todos, sino para buscar a una persona“. Pensé que entendía la frase, y cambié. Seguí escribiendo, cada vez con más ímpetu, buscando a mi público, buscando para quien escribir. Pero nunca apareció, o nunca lo encontré. Y entendí que lamentablemente sin un otro no sos nadie.
Hoy todo sigue igual. Llego a casa y luego del rato familiar, me voy al rincón. Por las noches lagrimeo por esas fantásticas situaciones que imagino pero que nunca van a suceder. Sigo sin ser alguien.
Solo ha cambiado una cosa. Hoy vuelvo a escribir para mi. Hoy soy mi propio público. Quién sabe todo puede quedar, para las futuras generaciones.
|