Un texto que escribí en un taller de escritura. A veces está bueno ponerse en la
piel de otro, e intentar darle una mirada poco usual a las cosas. Capaz es así como ellos lo ven.
El otro día, si mal no recuerdo, era un viernes 13 de mayo, me levanté como casi
todas las mañanas a las 10:00 horas, o eso era lo que decía el reloj de la esquina.
Ni bien abrí los ojos una fuerte brisa me hizo temblar. "Es realmente difícil pasar el
invierno", me dije mientras guardaba una tela vieja y acomodaba los cartones. A esta
altura uno debe proteger más que nunca lo que uno tiene. Aunque parezcan miserias,
todo adquiere un valor cuando se está en mis condiciones. Todo lo que se encuentra
pasa a ser un tesoro.
Curiosamente esa mañana, debajo de los pañuelos que uso como almohada, encontré
un objeto que me llamó realmente la atención. Al lado de las gomitas que uso para
emprolijar, aunque sea un poco, mi largo y enmarañado cabello, había un perfume. Un
frasco en forma de piña, con un líquido verde agua. No tenía fecha, ni marca, ni nada,
pero parecía nuevo, sin usar.
Al principio no me causó nada. Siempre me dejaron botellas, comida, papeles. Pero
después entré en la cuenta de que un perfume no era cualquier cosa. Además,
había aparecido debajo de mis pañuelos, por lo que alguien debió haberlo dejado
ahí apropósito. Comencé a pensar. Me tomé el lujo de no salir a revertir mi vida
para ponerme a analizar de dónde había salido ese perfume. "Seguro lo dejaron por
lástima", fue lo primero que se me ocurrió. Esa era la explicación más sencilla. Desde
chico que la gente me tiene lástima. Y lo admito, realmente la doy, quizás a causa
de una cicatriz muy marcada en mi cuello o quizás porque soy así, lamentable. De
todas maneras descarté esa opción. Luego me puse a pensar que había sido una
broma de mal gusto. Sé que mi olor no es el mejor, que soy amigo, o compañero,
de la basura, pero no tengo otra opción. De todos modos no me gusta pensar que la
gente tiene mala intención, ni que es tan cruel como faltarle el respeto a una persona
ya mayor. Siempre fui un hombre de buena fe y terminé donde estoy por un accidente
inoportuno.
Podría haber sido el regalo de algún vecino, pero no tengo amigos ni conocidos. No
soy de ningún barrio, me paso el tiempo viajando y nunca duermo en el mismo lugar.
Bueno, siempre duermo en la calle, pero nunca en la misma zona, por lo que no
conozco a nadie.
Algo tuvo que haber pasado en la noche. Lo único que recuerdo es un sueño donde
corría todo el tiempo, buscando algo, hasta que aparecía una mujer desconocida
que me daba una antorcha y me decía "alguien la está buscando". Fue un sueño
demasiado extraño y era muy rebuscado encontrar una relación entre el sueño y el
misterioso perfume. Dudo que un perfume pueda iluminar mi camino o el de alguien.
Decidí probarlo y me puse un poco de esa fragancia en la mano. Tarde me acordé de
mis cortes en los dedos y en la muñeca, producidos por numerosos encuentros con
trozos de vidrio que la gente tira en las bolsas de residuos sin pensar en nosotros.
Después de un fuerte ardor pude acercar mi nariz. El aroma no me hacía acordar a
nadie, y eso que mi olfato es lo mejor que tengo. Gracias a él, se donde buscar las
cosas cuando el hambre me está matando. Lo único que supe es que era un perfume
de mujer, lo que hacía más difícil resolver el misterio.
Resignado, tomé mi bolsa y mis cartones y salí a buscar algo para comer en la noche.
Por alguna razón extraña, ver el frasco me daba hambre, pero por otro lado me
transmitía esperanza. Además, sabía para qué me iba a servir. En todo lugar, en cada
barrio, en cada zona, hay una plaza, un parque. Allí están las únicas que no huyen en
cuanto me acerco, incluso en esta época del año donde les cuesta mantenerse en pie.
Alguna vez fui jardinero y ellas fueron mi familia. Un incendio me dejó solo y sin nada
para darles. "Mi pasado volverá a ser realidad, aunque sea por un rato", me dije.
Hoy el frasco está vacío, pero lo guardo con mucho cariño, al igual que todas mis
cosas. Cada día, a las 10:00 de la mañana, lo miro y tengo ganas de seguir adelante.
Por las dudas, nunca dejo de revisar debajo de mis pañuelos, por si aparece un nuevo
tesoro.
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